Finales del año 2015, tiempos aún de euforia por el nombramiento de un Papa argentino, el primero en la historia, más de 1800 años. Un joven Joaquín se prepara para ser parte de la nueva idea de su párroco Leonardo Mathieu, «la murga de los santos», una actividad para los niños con el objetivo de visitar distintos puntos de la ciudad llevando consigo la palabra de Dios, con la particularidad de que cada uno debía ir caracterizado como un santo/a.
Con 12 años recién cumplidos y con uno de los acontecimientos más grandes del último tiempo, como lo era la elección de Francisco cómo nuevo papa de la Iglesia Católica, decidí que era buena idea escogerlo a él cómo la figura a llevar por las calles de mi amada ciudad. El evento fue muy bien y particularmente tengo un gran recuerdo de aquella tarde, pero eso sería solo el comienzo de esta historia.
La idea, que surgió también con ayuda de mi mamá, tuvo un gran «éxito» entre la gente que lo vio y recibí muchas felicitaciones por esto. Con base en esto, y por una iniciativa muy inocente, pensé en escribirle una carta al Papa Francisco contándole lo que había hecho y remarcándole mi admiración hacía él, agradeciéndole lo que ya había hecho hasta ese momento (lo cual se amplió con el tiempo) y, sobre todo, por ser argentino. No tengo registros de que día la envié con dirección hacía el vaticano, pero, siendo sincero, nunca esperé una respuesta y menos con la rapidez que sucedió.
En los primeros días de marzo llega al buzón de mi casa una carta con mi nombre cómo destinatario. «Raro», pienso, «si yo no mando cartas», al abrirla lo primero que alcanzo a distinguir es una estampita dada vuelta dónde se alcanzaba a distinguir el logo del vaticano. Al darla vuelta la cara del nuevo sumo pontifice llenó mi vista y recordé lo que le había enviado meses atrás. Junto a la estampita, que hasta día de hoy está intacta, se encontraba una carta doblada envidada desde la secretaria de estado del país del Vaticano. En ella se me comunicó que mi carta había llegado a las manos del santo padre y se me agradeció por pensar en él, además de enviarme bendiciones para todos mis familiares. La emoción de ese momento es algo que sería indescriptible en cualquier palabra que pueda redactar ahora mismo.
Y cómo si todo fuese un camino ya escrito, la carta tenía fecha del 21 de abril de 2016, misma fecha que hoy, 21 de abril del 2025, día en que Francisco abandonó este mundo terrenal para pasar al lugar que le estaban guardando al lado de Dios. ¿Coincidencia? ¿Destino? Yo elijo creer que algo pueda tener que ver.
Los años han pasado desde ese día frío, previo a irme a la escuela, pero las emociones al escribir esta nota son iguales a las de aquel momento al abrir la carta y ver la respuestas. La noticia de su fallecimiento en la mañana de hoy, me chocó, al igual que a todos, creyentes o no, religiosos o no, coincidentes en sus formas de actuar o no, Francisco fue una figura que sobrepasó su función de ser el guía de la Iglesia Católica, fue quién intentó hacer el paso y la modernización de una entidad que tantos problemas había tenido (y tiene) para acercar a los jóvenes. No sé que le deparará de acá en adelante, pero con el paso del tiempo, podremos ver el gran trabajo que hizo y se lo valorará como lo que era, un adelantado en su ámbito.